miércoles, 17 de noviembre de 2010

Como si las palabras hubiesen guardado su sentido...

Bueno, he corregido algunos detalles del texto, lo he reducido un poco también, diría que en términos generales me ha gustado, de todas maneras seguro habrá errores ortográficos o algo así,  de aquí al lunes  en la mañana se puede corregir. Lo debo presentar el  lunes a las 4 en el campus de la merced salón 2.6 del aulario general, estoy entusiasmado con hacerlo. Bueno hablando más en serio,  es importante ver a este texto como una explicación que hace Foucault de la relación entre genealogía  e historia en Nietzsche, es muy importante no olvidar que de aquí se desprenden muchos caminos, (no solo el metodológico, que es digamos una hermenéutica en el sentido fuerte.) Si  pensamos  que en Verdad y Mentira en Sentido Extramoral que es  un texto anterior a la Genealogía de la Moral ya esta el programa de cuestiones que Nietzsche va a desarrollar a lo largo de su vida, (recordemos nuestra hipótesis de porque no publico ese pequeño texto) Nietzsche no era tan ingenuo como para publicar un texto que a pesar de ser brillante carecía de una argumentación digamos “continua”. Si quería dar un golpe sobre la mesa, este debía venir con una metodología que lo sustentara, bueno pues aquí esta. De todas maneras el mejor ejemplo que podemos ver de la genealogía aplicada es precisamente en La Genealogía de la Moral. Un libro tan revelador como peligroso. Bueno, ya hablaremos de eso, mientras esto:


Nietzsche, La genealogía, La historia.

La tarea de la genealogía es  percibir  la singularidad de los sucesos, eso que pasa desapercibido por no transportar el manto de la historia, en este sentido es meticulosa y documentalista, pero  no con el propósito de captar una curva de evolución, sino para reencontrar esas escenas donde los sucesos se presentan y se ausentan. Esto significa que la genealogía es una tarea que requiere paciencia y minuciosidad. La genealogía se opone a los “despliegues metahistóricos de significaciones ideales y de los indefinidos teleológicos.”

¿Qué es lo que encuentra el genealogista cuando investiga con tal dedicación y detalle? Se encuentra con  que las cosas que investiga  carecen de esencia, o que ésta es una construcción pieza por pieza a partir de otras figuras; en esta forma de  funcionar  del  mundo subyace algo perfectamente razonable: El azar. Lo que se encuentra al comienzo histórico de las cosas no es ninguna identidad resguardada, lo que encontramos, es más bien el desvanecer  de las otras: Su discordia. Desde esta perspectiva, la verdad simplemente ha tenido su “historia en la historia” sin embargo la verdad se ha apropiado de la facultad de refutar el error  u oponerse a la  apariencia, y mas allá aun, de funcionar como  “consolación e imperativo.” La genealogía mira hacia los azares de los comienzos, desenmascara eso que el tiempo ha enmascarado,  remonta  en el tiempo, en la historia; por eso es importante reconocer las sacudidas, las emergencias, las sorpresas, los estados de  debilidad y de energía. Es la historia el cuerpo mismo del devenir. 

Normalmente  se traduce Genealogía por origen, sin embargo hay que restituir la apropiada utilización del término. Debemos entenderla como procedencia: “es la vieja pertenencia a un grupo” se trata de percibir lo singular, lo sutil, tener la capacidad de disociar, de desemejar. Por otro lado la procedencia nos da el rastro de los sucesos, sus desviaciones, los fallos de apreciación, sus distorsiones sutiles, los malos cálculos; aquí reluce la naturaleza crítica de la genealogía. Se trata de remover aquello que parecía inmóvil, fragmentar lo que parecía unido. La procedencia se encarna. El cuerpo soporta. La genealogía debe mostrar este cuerpo impregnado de historia, y al mismo tiempo mostrar a la historia como destructora del cuerpo. La genealogía es el análisis de esta articulación entre cuerpo e historia, entre el cuerpo que carga y la historia que es cargada.

La genealogía también designa lo que emerge: la ley singular de una aparición singular; esa es la genealogía que mira al sentido azaroso de las dominaciones. Este emerger se da en un determinado juego de fuerzas, hay que mostrar este juego, la forma en cómo se dominan unas a otras, el combate contra sus circunstancias, o incluso más: lo que hacen para escapar de la degeneración y su resurgir  a partir de su propio debilitamiento. El emerger de las variaciones individuales se da cuando hay suficiente fuerza como para crear una ruptura. La emergencia es una fuerza en acto. Es un lugar de enfrentamiento, pero este lugar no es un campo cerrado donde se lucha en igualdad de condiciones, es más bien un no lugar, una distancia, pues los adversarios no pertenecen al mismo espacio, es una relación, una dilatación: extender mi fuerza,  retardar lo otro. Este es el gran juego de la historia: ¿Quién ocupara la plaza que ahora otros utilizan? Las emergencias son efectos de sustituciones, de desplazamientos, de desvíos del sistema. La genealogía es la interpretación de lo que emerge. Mientras que la procedencia designa la cualidad enraizada en el cuerpo, la emergencia es el lugar diferenciado de la lucha de fuerzas. Se trata de hacer aparecer los sucesos en la escena de los procedimientos. Desde el punto de vista histórico podemos entender a la genealogía como la  historia de las interpretaciones. 

De aquí  podemos entender porque Nietzsche entiende a la genealogía como “sentido histórico”. Y criticará el punto de vista suprahistórico: el fin reducido al tiempo. La versión metafísica de la historia. El sentido histórico se escapa de esto, es “la agudeza de una mirada que distingue” que es capaz de disociar, que introduce el devenir en aquello que se pensaba inerte, que es capaz de disgregar y diferenciar. La historia como sentido histórico se distingue de la de los historiadores  porque reconoce que no hay nada lo suficientemente fijo en el hombre, ni siquiera su cuerpo (aprisionado en una serie de regímenes, el trabajo, el reposo “esta intoxicado por venenos – alimenticios o valores, hábitos alimentarios – y leyes morales todo junto”) para comprender a los otros hombres. La crítica de Nietzsche hacia la historia tradicional es que esta “tiende a disolver el suceso singular en una continuidad ideal.” El sentido histórico por el contrario hace resurgir el suceso y lo entiende desde una relación de fuerzas, estas fuerzas no se manifiestan como “formas sucesivas de una intención primordial” tampoco adoptan el aspecto de un resultado, no obedecen ni a un destino ni a una mecánica, sino “al azar de la lucha” pero este azar no debe ser entendido como mera jugada de suerte, sino como el riesgo  de una voluntad de poder que para cerrar toda salida a este azar, opone el riesgo de un mayor azar todavía. El sentido histórico se sabe poseedor de su propia injusticia: mira desde un ángulo determinado; pero esto quiere decir que es una mirada que sabe deliberadamente hacia dónde mira y  que es lo que está mirando. El saber del sentido histórico efectúa en ese mismo  movimiento su propia genealogía: la genealogía de la historia.

En esta genealogía de la historia Nietzsche relaciona el sentido histórico y la historia tradicional de los historiadores, en ésta el historiador invoca la objetividad, al pasado inamovible, es decir, se olvida del cuerpo con el fin de establecer “la soberanía de la idea intemporal”, el historiador esta conducido a borrar su propia individualidad, deberá callar sus preferencias y superar su aversiones, diluirse él mismo y su perspectiva “imitar la muerte para  entrar en el reino de los muertos” volverse un sin rostro y sin nombre, ser el espectador anónimo  de una sucesión de hechos que suceden bajo el hilo conductor de un fin preconcebido, ser testigo y posteriormente mostrar a los otros “la ley inevitable de una voluntad superior”.  De ahí que sea necesario deshacernos de esta concepción platónica de la historia, Nietzsche habla de convertirse en un maestro de la historia para poder hacer de ella un uso genuinamente genealógico, es decir un uso rigorosamente antiplatónico.

Hay tres usos en el sentido histórico que se oponen a tres modalidades platónicas de la historia. Uno es el de parodia y destrucción que se opone a la historia como reminiscencia o reconocimiento. El buen historiador sabe reconocer las mascaras que los hombres han adoptado a lo largo de la historia, pero no las rechaza en nombre de un espíritu de seriedad, al contrario, las acepta y las lleva hasta el límite, mira a la historia como un carnaval de mascaras, de apariencias históricas; reconoce la “bufonería de la historia”, por otro lado rechaza esta tarea de la historia tradicional que busca mantener una presencia perpetua, que busca  “restituir las grandes cumbres del devenir”, es decir, una historia que se dedica a la veneración. Por eso hay que parodiarla, porque es en sí misma una parodia “la genealogía es la historia en tanto que carnaval concertado.”  El siguiente uso es el uso disociativo y destructor de identidad que se opone al sentido de continuidad y tradición. Nuestra identidad  esta pluralmente conformada por diversas mascaras que se entrecruzan y luchan, cuando uno estudia la historia en clave antiplatónica uno se siente “feliz… de abrigar en si no un alma inmortal, sino muchas almas mortales”. Aquí la historia se topa con un complejo de sistemas múltiples, por lo que intenta hacer aparecer todas las discontinuidades que nos conforman; es hacer resaltar los sistemas heterogéneos que la máscara del yo nos niega, pero que al mismo tiempo nos proporciona nuestra identidad. Por último, el tercer uso de la historia en sentido antiplatónico es el del uso sacrifical y destructor de la verdad que se opone a la “historia – conocimiento.” Hay un querer-saber que al analizarse genealógicamente aparece como un no conocimiento, más bien es un multiplicador de riesgos, el conocimiento se convirtió en una pasión “que no se horroriza ante ningún sacrificio.” La voluntad de verdad pierde todo limite y toda intención en el sacrificio que ella debe hacer del sujeto de conocimiento, abre el camino hacia la idea de una humanidad que es capaz de sacrificarse bajo el yugo de la idea de “conocer”, donde el horizonte de la verdad aparece como único objetivo visible y por el que la voluntad de querer-saber es capaz de sacrificarse a sí misma.

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