miércoles, 24 de noviembre de 2010

La indiferencia pura

¿Alguna vez se organizo tanto, se edifico tanto, se acumulo tanto y simultáneamente se estuvo tan consciente, tan cerca de la nada?  El poder de lo negativo, las formas de aniquilamiento como derivas de una saturación plenamente insustancial.

Las poblaciones con menos de diez mil habitantes tienen el menor índice de homicidios, pero el más alto de suicidios, las grandes ciudades tienen un índice de homicidios tan alto como el de suicidios. Las formas de aniquilamiento ocultan la presencia de otro desierto implícito, un desierto paradójico, sin tragedia, sin catástrofes: las grandes finalidades, los grandes valores se encuentran ahora vaciados de toda sustancia. Ya nada funciona como principio absoluto, el trabajo, la familia, el saber, el poder, la iglesia, la política. ¿Cómo creer en el trabajo cuando el frenesí de las vacaciones opera como finalidad, el absentismo, la desgana, la pasión por los weekends ,  el ocio como aspiración e incluso como ideal de masas?  Es decir, la deserción como ideal.  El sistema funciona por inercia: se mueve en el vacío, carece ya de sentido, las operaciones sociales se rigen bajo una ingravidez indiferente, con una inyección emocional que se dirige hacia el escape, hacia hacer lo que tengo que hacer para poder dejar de hacerlo. La vida de los espacios abandonados. 


El nihilismo ni siquiera se salva.  Dios ha muerto. La depreciación del sentido, de los valores ideales desemboca en una conciencia común, en un pensamiento vinculante pero silencioso que grita desde el fondo de las conciencias: No me importa, no me  interesa. La apatía que se sobrepone al pesimismo.  ¿Pero es la apatía un estado transitorio? ¿Es mejor o peor que vivir en el pesimismo? Lo que pasa es que en la apatía no se reconocen  categorías como negación o afirmación, de salud o enfermedad, de esplendor o decadencia, más bien lo que nos muestra es: La indiferencia. La indiferencia como espíritu de una época. El desierto ya no se traduce en rebelión, en desafío, es decir, en ideal, sino que supone una frialdad, una distancia, en el fondo supone un mensaje: “No tengo nada que decir, me da igual.” Esto en otras palabras significa: abandono.

La oposición entre sentido y sinsentido ya no desgarra, ni tampoco  irrumpe, simplemente se convierte en una más de las antinomias del mundo: lo verdadero y lo falso, lo bueno y lo malo, lo feo y lo bello, la ilusión y lo real, las oposiciones flotan, están ahí, pero ya no valen, el mundo  como contradicción es mi mundo como lugar abandonado. La necesidad de sentido se diluye en estos fantasmas que flotan y que se vuelven recuerdos de una vida pasada. Ante tal tendencia a la  momificación, ¿Qué es lo que aun nos puede sorprender o escandalizar?

En la indiferencia todo habita, más bien,  todo puede cohabitar, desde lo más operativo hasta lo más esotérico, pues en última instancia será sólo temporalmente. La apoteosis de la indiferencia: lo temporal. De este modo el sujeto de esta época puede entenderse como cosmopolita, pero también como un regionalista, como racional y también  como discípulo de algún gurú oriental, vivir intoxicado y divulgar las prescripciones religiosas. Un self-service narcisista. ¿Es esta indiferencia un indicador de una nueva conciencia, más que de  una inconsciencia? ¿Es una nueva disponibilidad?  El hombre  de esta época no se plantea si lo que sufre es una resignación o un pesimismo o una pasividad. El hombre de esta época lo encontramos cambiando los canales del TV uno tras otro, dando infinidad de clicks, llenado su carrito del supermercado, o imaginándose donde podría ir  a vacacionar, la playa o el camping,  La apatía es pues una nueva forma de socialización, digamos más económica, y esta nueva forma de socialización trasciende lo político, lo económico, lo social; es la nueva forma de funcionamiento operacional. La indiferencia no se identifica con una ausencia de motivación, es más bien una anemia motivacional, una escases. ¿Pero es esta escases motivacional  un síntoma o una enfermedad? 

Si vivimos en un debilitamiento de la motivación, es claro darse cuenta que  no es difícil generar stress: envejecer, engordar, afearse, dormir bien, irse de vacaciones, educar a los niños, todo se vuele un problema, todo genera  tensión, las actividades elementales se ven desde la óptica de la pesadez, de “la enfermedad del vivir”, y la enfermedad como sabemos es individual, es una relación con uno mismo, se padece en soledad.  La soledad se convierte en un hecho. En un dato más entre los demás datos: es  banalidad.  La soledad se normaliza, la libertad se ha propagado por el desierto y causa una extrañeza ante el otro, una cierta incapacidad de vivir lo otro, una cierta pérdida de realidad, o en otras palabras: la apatía en acto.



Esto es un esbozo, me quede en este punto porque de aquí puedo tomar varios caminos, uno y de los que  más me interesa es el que tiene que ver con un tractatus, no es el de Wittgenstein, sino uno  más antropomórfico, más existencial, más de la época: el de Hesse. Como sea, necesito ir pensando como tomara forma esto. Por último, este pequeño texto en realidad no responde a nada, no debo entregarlo ni exponerlo ni nada, de hecho ni siquiera lo tengo pensado usar en la tesis, es más bien una rama digamos “crítica” que me interesa, la idea me surgió cundo me leí un pequeño libro de ensayos sobre nuestra época. Por cierto la píldora que sacudió mi anemia motivacional para ir de la idea al hecho es un  conocido proverbio chino que ayer un profesor cito en clase: 10 mil millas comienzan con un paso. 

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