domingo, 12 de diciembre de 2010

Un mucho de nada.

La intensidad de la seriedad con el que nos tomamos el presente  es la causa de que nos volvamos hombres que dan risa en vez de ser hombres que ríen. Parafraseo a Schopenhauer. Eso lo escribe 20 años después de haber escrito su obra principal. 

Hay algo, una fuerza irracional, una raíz oculta, casi ininteligible, pero irónicamente tan obvia que nadie la toma en serio, todo mundo sabe que debe evitarla, pero nadie sabe lo que es. Estoy seguro que la mayoría de las personas no se fijan en eso, no por otra cosa sino porque pocas veces tienen la oportunidad, y cuando de cierta forma les asalta esa intuición, esta les asusta y prefieren otra cosa. No hablo de Voluntad a propósito de Schopenhauer, hablo de algo mas antropológico me parece; no creo que los animales lo sientan, tiene que ver con la memoria, con la capacidad de recordar y con la capacidad de olvidar, tiene que ver con las cosas que pensamos, con las ideas que nos formamos del  mundo, con lo que esperamos que suceda, con evitar el desfase entre lo que me represento y lo que en realidad sucede. Es un agotamiento de lo que no se agota, es el contrasentido de lo que el mundo es, es decir: el todo que se convierte en su contrario, el equilibrio es solo una idea, no existe como tal y dudo que se logre y si se logra es porque ya está dejando de serlo; el engaño consiste en creer que existen ideas (ilusiones) que tienen un correlato en el mundo, más bien tienen un correlato en uno mismo. Ilusión que irremediablemente se volverá contra sí misma, desajustara la idea y esta quedara vacía, como una carcasa que alguna vez contuvo un sentido y que repentinamente se vuelve chatarra, se corrompe y se vuelve tóxica, corroe y descompone, desajusta el correlato y cobra el precio de su propia osadía. Su sombra oscurece su fugacidad y se sedimenta en un reflejo de la propia tensión que causa, no dejara de ser porque no abandonara a la memoria, ocupara un lugar que sobrepasa sus propios límites, se vuelve un exceso, se expande a terrenos infértiles y estériles de lo que llamamos razón. Coloniza el concepto de irracionalidad y se instala: delirio. Delirio: exceso e infertilidad. Esto sólo se ve claro desde la débil lógica de los opuestos, el engañoso sistema de que las cosas pueden conceptualizarse y permanecer. Los contrarios no lo son, lo serán para nuestra comodidad, para establecer relaciones de conservación y crecimiento, pero nunca estaremos diciendo algo preciso sobre el mundo que  intentamos interpretar. Interpretar es el modo de ser del existir. Bueno pues si es así, mejor será tomarse el presente, el ilusorio ahora como peso y como condición necesaria hacia lo indeterminado. Voluntad de ilusión como luz artificial de un mundo ensombrecido, inaccesible, representable pero estrictamente ininteligible, perceptible pero inconmensurable, equilibradamente contradictorio  y espantosamente condescendiente. La ilusión que se vuelve contra sí misma será pues la metáfora de lo que estalla dentro de nosotros mismos, del mundo que va de la nada a el algo y del algo a la nada. De lo que somos a lo que creemos que somos, del exceso de lo efímero, a lo efímeramente vacio. Eso de lo que comencé hablar ya no es en absoluto nada, se ha diluido,  y aunque regrese por medio de la memoria, será en forma de una ilusión diferente, tan gris, tan decadente, tan débil, que requerirá de mi ilusión pulirla hasta que brille. Su poca fuerza será suficiente para cimbrar un mundo, quizá  tanto que permitiría pisotear la seriedad del ahora y nos permitirá reír, como el hombre que ríe porque en el fondo opera el llanto que no puede tener, y que  al final, después de todo, si deseamos un poco de algo, tendremos que entendernos con un mucho de nada.

No hay comentarios:

Publicar un comentario